30 de octubre de 2010

Acerca del Miss Venezuela

Quiero decir, primero que nada, que Stefanía Fernández me parece una mujer espectacular. Elegante, delicada, femenina, una mujer a quién alcanza la belleza así, en pocas palabras. Que lo ha tenido que hacer muy bien en el concurso del Miss Universo cuando ganó, dándole a Venezuela una segunda corona consecutiva. Y que doy valor a ese mérito.

Establezco esto porque no quiero que esta nota sea interpretada como un ataque al Miss Venezuela, esa tradición tan arraigada en la memoria y el orgullo de los venezolanos. Pero sí quiero que pensemos por qué el Miss Venezuela da tanto de qué hablar; ¿por qué lo valoramos tanto?; ¿qué nos aporta este certamen, estos éxitos?

Desde que hay televisión en Venezuela, las modelos venezolanas se han congregado en el Miss Venezuela para concursar por una nominación que las lleve a los concursos internacionales. Todos los años acude una al certamen mundial (o universal, la verdad es que nunca entendí el propósito de esa designación) para medirse con modelos de otros países y optar por una corona de belleza. Como si la belleza, ese objeto intangible de la obsesión humana, individual y subjetivo, pudiera medirse en galas de desfiles y vestidos, en desdén de la pintura y la poesía y todas esas formas tan nobles del arte. En más de una ocasión Venezuela ha tenido éxito, sus modelos han lucido esa corona y han recorrido el mundo, recogiendo la admiración de la gente y el orgullo de los venezolanos.

El Miss Venezuela es otro lugar común en nuestra memoria colectiva. Ha sido quizá coincidencia que el deterioro de las instituciones en los últimos años haya encontrado un desempeño sostenido y cada vez más exitoso de las modelos nacionales en estos certámenes. No creo que ambas cosas estén relacionadas por sí solas, pero sí creo que hay algo en nuestra conducta que las une. En la medida en que ha avanzado el colapso de nuestro sistema y que la corrupción ha socavado sus valores, ha crecido nuestra desconfianza y se nos ha minado el autoestima. Los años han pasado y nos hemos visto incapaces de articular un cambio, de frenar nuestro camino hacia la ruina. El éxito se ha vuelto inalcanzable, un concepto ajeno. En medio de esta oscura crisis de amor propio, Maritza Sayalero ha brillado intensamente. Y nos hemos aferrado a ella, perdiendo la memoria en medio del fracaso, banalizándonos quizá la identidad.

Sin razón alguna. Este país fue cuna del escritor que dio a la lengua castellana una identidad americana. Aquí han nacido pintores de gran renombre, pianistas insignes. Juan Antonio Pérez Bonalde era venezolano y escribió sobre Venezuela sus mejores poemas. Caracciolo Parra Pérez, también venezolano, fue instrumental en la creación de la Organización de las Naciones Unidas. Los venezolanos escogieron en 1947 a un intelectual universal, Rómulo Gallegos, como presidente de la República; y lo hicieron en una elección libre y democrática. Nuestros artistas han hecho del mundo su lugar de residencia, como lo han hecho también nuestros hombres y mujeres de ciencia, de ingeniería, de derecho. No hace falta demasiada memoria para rescatar el autoestima.

Quiero insistir en que juzgar y rechazar al Miss Venezuela me parece equivocado. No puedo evitar sentir satisfacción cuando tengo noticia de que una de nuestras modelos se coronó de nuevo y que Venezuela ensancha así su palmarés. Pero las cosas con su justa perspectiva: no es ése el éxito que estamos buscando. Felicidades a las "misses", pero el ser bella no debe ser en sí mismo una realización personal. Deben aspirarse y alcanzarse otras cosas, más cosas. Y si esto es cierto para nuestras modelos, lo es aún más para nosotros colectivamente. No podemos darle a Stefanía Fernández y a Gustavo Dudamel el mismo espacio en los periódicos.

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¿Y por qué se llama "Miss" Venezuela? ¿No debería llamarse Señorita Venezuela? ¿Qué no tenemos suficiente peso en el certamen como para honrar la identidad y hacerle justicia al lenguaje?

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http://www.youtube.com/watch?v=5YJQuIxijl4